Durante generaciones, el accidente cerebrovascular (ACV) fue considerado un flagelo casi exclusivo de la tercera edad. Sin embargo, en los últimos años los especialistas han observado con creciente preocupación cómo esta condición médica ha comenzado a afectar de manera desproporcionada a adultos jóvenes y mujeres, transformándose en un problema de salud pública que desafía los paradigmas tradicionales.
Dos estudios recientes han encendido las alarmas en la comunidad médica internacional. La investigación publicada en The Lancet Regional Health – Americas, que analizó datos de 38 países del continente durante tres décadas, revela que aunque las tasas generales de ACV han disminuido desde 1990, esta tendencia favorable se ha estancado desde 2015. Lo más inquietante es el marcado incremento de casos en personas menores de 50 años, particularmente en mujeres jóvenes, donde el aumento ha sido más pronunciado.
Paralelamente, un estudio publicado en la revista Stroke de la American Stroke Association ha documentado un preocupante ascenso de los llamados ACV criptogénicos (de causa desconocida) en adultos entre 18 y 49 años. Según el Dr. Jukka Putaala, neurólogo finlandés que lideró la investigación, hasta la mitad de los casos en este grupo etario no presentan los factores de riesgo tradicionales como hipertensión o diabetes, lo que complica tanto el diagnóstico como la prevención.
Factores detrás de esta epidemia silenciosa
Los expertos consultados coinciden en que este fenómeno multicausal responde a cambios profundos en nuestro estilo de vida. Por un lado, factores de riesgo clásicos como la hipertensión arterial, la diabetes y el colesterol alto están apareciendo a edades cada vez más tempranas, impulsados por dietas pobres en nutrientes y altas en procesados, junto con el sedentarismo propio de la era digital.
Pero hay elementos nuevos en esta ecuación: el estrés crónico de la vida moderna, la contaminación ambiental y el uso extendido de anticonceptivos hormonales en mujeres jóvenes están mostrando una correlación preocupante con el aumento de casos. El Dr. Sebastián Ameriso, jefe de Neurología de FLENI en Argentina, advierte además sobre las persistentes desigualdades en el diagnóstico: «Sigue existiendo la falsa creencia de que el ACV solo afecta a hombres mayores, lo que retrasa peligrosamente la atención en mujeres y jóvenes».
Síntomas que salvan vidas
Reconocer los signos de un ACV puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte, o entre una recuperación completa y secuelas permanentes. Los especialistas recomiendan memorizar el acrónimo RÁPIDO:
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Rostro caído o asimetría facial
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Álteraciones repentinas en el habla
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Pérdida de fuerza o sensibilidad en un lado del cuerpo
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Incapacidad para mantener el equilibrio
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Dolor de cabeza intenso e inusual
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Obstrucción visual súbita
«El tiempo es cerebro», enfatiza el Dr. Matías Alet de la Sociedad Neurológica Argentina. «Cada minuto que pasa sin atención médica significa la pérdida de millones de neuronas. En estos casos, la demora puede ser tan peligrosa como la enfermedad misma».
Un llamado a la acción colectiva
Frente a este escenario, los especialistas plantean la necesidad de una respuesta coordinada en múltiples niveles. A escala individual, adoptar hábitos de vida saludables -alimentación balanceada, actividad física regular, control de factores de riesgo- sigue siendo la piedra angular de la prevención.
Pero el desafío trasciende lo personal. Los sistemas de salud deben adaptarse a esta nueva realidad fortaleciendo las redes de atención rápida para ACV, mejorando el acceso a tecnologías diagnósticas y desarrollando campañas educativas específicas para poblaciones jóvenes. La Dra. María Cristina Zurrú, experta en neurología vascular, subraya: «Necesitamos políticas públicas que aborden este problema con la urgencia que merece. El ACV ya no es solo una enfermedad de la vejez, y nuestras estrategias deben reflejar este cambio».
Esperanza en medio de la crisis
Pese al panorama preocupante, los expertos insisten en que esta tendencia es reversible. Se estima que el 80% de los ACV podrían prevenirse con intervenciones oportunas. Programas como HEARTS de la Organización Panamericana de la Salud, que promueve el control de la hipertensión, han demostrado ser altamente efectivos donde se implementan adecuadamente.
El mensaje final es claro: el ACV en jóvenes ya no es una rareza médica, sino una realidad creciente que exige cambios profundos en nuestra forma de entender y abordar esta condición. Como sociedad, estamos a tiempo de cambiar el curso de esta epidemia silenciosa, pero el momento de actuar es ahora. La salud cerebral de las generaciones más jóvenes depende de las decisiones que tomemos hoy.
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