Las duchas con agua fría han ganado popularidad en el mundo del bienestar como una supuesta terapia revitalizante. Aunque no son una novedad —especialmente entre deportistas o en contextos médicos—, su auge actual se relaciona con el interés creciente por la crioterapia y prácticas similares. Pero, ¿qué tan seguras y efectivas son realmente?
Por un lado, existen beneficios fisiológicos comprobados. Cuando se aplican con regularidad y de forma controlada, las duchas frías pueden mejorar la circulación, reducir la inflamación y el dolor muscular, estimular el sistema inmune e incluso contribuir a una mejor regulación del estado de ánimo gracias a la liberación de noradrenalina. Algunos estudios también sugieren que activan la grasa parda, un tipo de tejido que ayuda a quemar calorías, lo que podría ser beneficioso para personas con obesidad o diabetes tipo 2.
Sin embargo, no todo es positivo. Expertos en salud advierten que el impacto del agua fría en el organismo puede ser riesgoso, especialmente en personas con antecedentes cardiovasculares. El choque térmico que produce el agua fría genera vasoconstricción y aumento de la frecuencia cardíaca, lo que en algunos casos puede derivar en síncopes, angina o infartos. Por ello, se recomienda precaución en personas con enfermedades del corazón, síndrome de Raynaud, crioglobulinemia, hipersensibilidad al frío, diabetes y trastornos vasculares o dermatológicos.
La doctora María Sanz Almazán, de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia, advierte que las temperaturas muy bajas pueden comprometer el flujo sanguíneo al corazón. En tanto, el doctor Ramiro Heredia, del Hospital de Clínicas en Buenos Aires, subraya la importancia de contar con control médico previo si se tiene alguna condición de salud no tratada.
Para quienes desean incorporar esta práctica a su rutina, los especialistas recomiendan comenzar con duchas de entre 30 segundos y 2 minutos, de 2 a 3 veces por semana, bajando gradualmente la temperatura del agua. La temperatura doméstica no debería bajar de los 5 a 7 °C, y es clave escuchar al cuerpo: si se experimentan síntomas como mareos, rigidez o dolor intenso, se debe suspender inmediatamente.
En definitiva, las duchas frías no son una solución mágica ni sustituyen tratamientos médicos, pero pueden ofrecer beneficios concretos si se utilizan de manera adecuada. La clave está en la moderación, el acompañamiento médico cuando sea necesario y una correcta adaptación.
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