En los últimos años, múltiples investigaciones han confirmado que la práctica regular de ejercicio físico influye directamente en el funcionamiento del sistema inmunológico, fortaleciendo las defensas del cuerpo frente a infecciones y enfermedades. Sin embargo, la relación entre deporte e inmunidad no es lineal: tanto la intensidad como la duración del ejercicio determinan si el efecto es beneficioso o perjudicial.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la actividad física moderada y constante contribuye a mejorar la circulación de las células inmunitarias, especialmente los linfocitos, macrófagos y células NK (natural killer), que son esenciales para la detección y eliminación de agentes patógenos. Este tipo de ejercicio también promueve una reducción de los niveles de cortisol y adrenalina, hormonas del estrés que, en exceso, pueden suprimir la función inmunitaria.
Por el contrario, entrenamientos de alta intensidad o de larga duración sin una adecuada recuperación pueden generar un efecto opuesto. Estudios recientes han demostrado que después de esfuerzos físicos extenuantes —como maratones o triatlones— se produce una ventana temporal de inmunosupresión que puede durar entre 3 y 72 horas, durante la cual el organismo es más vulnerable a infecciones respiratorias y virales.
El equilibrio entre carga de entrenamiento, descanso y nutrición es, por tanto, clave para mantener una respuesta inmunitaria óptima. Los expertos recomiendan al menos 150 minutos semanales de ejercicio aeróbico moderado, combinado con actividades de fuerza y flexibilidad, además de una adecuada hidratación y una dieta rica en vitaminas A, C, D y E, zinc y omega-3, nutrientes directamente vinculados al buen funcionamiento inmunológico.
La práctica deportiva también influye en el estado psicológico, otro factor determinante en la inmunidad. La liberación de endorfinas y serotonina durante el ejercicio contribuye a reducir la ansiedad y la depresión, mejorando así la respuesta del sistema inmune ante situaciones de estrés crónico.
En conclusión, el deporte actúa como un modulador natural del sistema inmunológico. Cuando se practica con regularidad, moderación y bajo una adecuada supervisión, el ejercicio se convierte en una herramienta poderosa para prevenir enfermedades, mejorar la calidad de vida y reforzar las defensas del organismo.
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